El ancestral instrumento de los aborígenes australianos, el didjeridú (originariamente llamado yrdaki), es bién conocido por sus connotaciones arcaicas y usos rituales. Con el sonido grave y constante junto a la riqueza de armónicos que se desprenden, en el latir y la profundidad del didjeridú, nos daremos cuenta de que nos encontramos ante un instrumento insólito por sus cualidades, complejo y al mismo tiempo muy símple.
Ya en tiempos remotos los aborigenes hacian uso de la propiedades del didjeridú, como símbolo cultural e identificativo de su procedéncia, para ritualizar, en distintos contextos, las bases de su existéncia. Usado ancestralmente como objeto de mimetización teatral con el entorno, como acompañamiento de la voz y también como instrumento solista. Dentro de los clanes aborigenes, y todavía hoy en día, denota distinción en el rango o casta de las capacidades del músico que lo toca. Generación tras generación es transmitido un sistema propio de ser tocados por los clanes en cuya procedéncia tiene sus origenes el didjeridú, en el Noreste de Arnemland (Territorio del Norte, Australia). Estos remíten físicamente el sonido, de padres a hijos, de maestro a alumno, con tal de transmitir el conocimiento en las complejas técnicas utilizadas para tocarlo.
Las connotaciones arcaicas y el característico sonido del didjeridú lo convierten en un instrumento óptimo para la musicoterápia; tanto para el que toca, que puede utilizarlo como instrumento para guiar sus meditaciones, por el echo de que tenemos que observar constantemente el sistema respiratorio, como para el que escucha. Podemos inducir a estados de relajación profunda, al mismo tiempo que guiámos el viage y sus dinámicas a través del ritmo y la respiración, pudiéndo utilizar el sonido para masajear el cuerpo de un paciente a nivel físico y energetico, desbloqueando tensiones musculares, contribuyendo positivamente a la reparación de fracturas oseas y aumentando el nivel de antropía en el cuerpo.